Reconozco que cuando aparecen los apelativos de riesgo, evolución o experimentación, a la hora de referirse a la carrera de algún artista me entra un poco de vértigo. No han sido pocos los casos en los que utilizando dichos argumentos, las carreras de ciertas bandas o músicos, han sufrido severos resbalones de los que se han tardado en recuperar.
Obviamente no es el caso de Jon Spencer, poseedor de una mente creativa e inquieta, nuestro hombre puede presumir de una trayectoria, en la que haciendo siempre lo que le ha venido en gana, ha conseguido que nos asomemos a sus diferentes proyectos con la seguridad de que siempre íbamos a encontrar cosas interesantes, frescas y rompedoras. Y todo bajo esa acusada personalidad, con la que impregnaba todas y cada una de sus aventuras. Ahí están sus referencias con Pussy Galore, Boss Hog, Jon Spencer Blues Explosion o Heavy Trash para demostrarlo.
Cuando a mediados de los noventa, la Jon Spencer Blues Explosion sirvió como banda de acompañamiento al bluesman R.L.Burnside, el veterano músico comentó que grabar con ellos le había hecho expandir su mente y entender que el blues necesitaba una regeneración que debía venir desde los músicos jóvenes y con nuevas ideas como las de Spencer. Eso es justamente, lo que ha hecho toda su vida nuestro protagonista. Ya fuera haciendo garaje, blues, rock alternativo o punk rock, la inmovilidad nunca fue con él, cuando componía, tocaba y grababa, necesitaba experimentar mucho más allá del género que estaba explorando y quizás por ello, nunca fue reconocido por el público más integrista que lo encontraba demasiado extraño y retorcido como para darle una oportunidad ¿Alguien se imagina un fan de Coco Montoya o Walter Trout disfrutando de la locura de Orange, su disco de 1994? Pues eso.
Con esta nueva reencarnación, Jon Spencer vuelve a embrujarnos, y lo hace porque el tipo es rematadamente bueno y porque, encima, parece haber querido meter en su batidora sónica todos los sonidos que ha ido trabajando es su larga trayectoria. Hay de todo, pero ni está metido con calzador, ni de manera forzada y aunque los paralelismos con la obra de Jack White son evidentes, dejadme decir que encuentro mucho más coherentes e inspiradas las composiciones de Spencer.
Si ponemos por ejemplo la monstruosa ‘Get Up & Do It’ nos daremos cuenta que entre el amor del protagonista por el fuzz de Stooges o Cramps, sobresale una composición absolutamente arrebatadora a la que le tienes que dedicar tu tiempo y tu atención para disfrutar realmente de su grandeza. En los tiempos del usar y tirar, de escuchar y juzgar un álbum en solo una escucha de pasada, Spencer sigue queriendo desafiar al oyente con cosas tan salvajes y gratificantes como ‘The Worst Facts’, ‘Worm Town’ o ‘Death Ray’, canciones tan inclasificables como efectivas.
Aparte de esas dos ineludibles referencias, son muchos los nombres que te vienen a la cabeza, los tiempos del gangsta rap, el blues añejo de Son House o Elmore James, el punk garajero de Gories o Death, la locura de Birthday Party… Pero repito, todo ello bajo el prisma de la amplitud de miras de un músico capaz de fusionarlo todo, para crear algo único y no caer en el más espantoso de los ridículos.
Enorme una vez más, ahora solo esperamos que una vez superada la pesadilla de la pandemia y con las giras por fin rehabilitadas con total normalidad, alguien se atreva a traerlo de nuevo a nuestros escenarios.
ANDRÉS MARTÍNEZ