Pocas bandas como los alemanes Mantar generan ese sonido potente y lleno de mala hostia. Y más teniendo en cuenta que estamos hablando de un dúo de batería y guitarra, con Erinç Sakarya y Hanno Klänhard, turnándose en las voces.
Después de tres discos escorados al metal extremo, con predominancia del sludge y momentos más blackers, nos entregan un disco en el que incorporan otros elementos, en este caso, del rock alternativo de los 90’s, del que ya nos dieron pistas con el disco de versiones Grungetown Hooligans II. ¿Significa esto que han perdido punch y agresividad? Para nada.
Las guitarras potentes y pesadas siguen ahí, las influencias extremas, también; ahora enriquecidas por giros en las canciones y desgarre de voz que me han recordado a los primeros Nirvana. ¿Eso quiere decir que es un disco grunge? Tampoco. Siguen siendo certeros en sus canciones y agresivos en su ejecución lo que es de agradecer, seguramente el tortuoso proceso de grabación del disco tenga mucho que ver.
Solo tienes que fijarte en el inicio de ‘Hang ‘Em Low (So the Rats Can Get ‘Em)’ que te recordará a los últimos Behemoth para después herirte con esa guitarra y voces desgarradas. Tienes ganchos típicamente hard rockeros o sencillamente abrazan el black’n’roll como en la inicial, ‘Egoisto’. Es inevitable pensar en Lemmy y sus Motörhead en la manera de plantear los temas, directos y a la yugular.
Sin duda, estamos ante un buen disco en el que la escucha de ‘Walking Corpse’ o ‘Piss Ritual’ justifican que le dediques tu tiempo, aunque en algún momento te resultará un poco repetitivo. El giro cobainiano en el coro de ‘Horder’ es de manual y la pesada ‘Odysseus’ sirve de compendio de todo lo que hemos ido escuchando durante los 35 minutos anteriores.
El dúo ha superado con creces la crisis que significó para ellos la pandemia y el proceso de creación de un disco del que Hanno comentó, «nada salió bien para este álbum y odié la mayor parte del proceso». Pese a eso, Pain Is Forever And This Is The End los mantiene como uno de los valores seguros de los sonidos más crudos del viejo continente.
JOAN CALDERÓN